Escrito por Mireia Long para Bebés y más.
Los cachorros humanos no están hechos para vivir encerrados, va contra su naturaleza estar quietos, solos, en silencio y atados a su balancín mucho rato. No, no nacen para estar en pisos ni en cochecitos la mayor parte del tiempo. Necesitan aire libre, una tribu, acompañar a su madre día y noche en todas sus tareas, ir en brazos viendo el mundo desde nuestra altura y jugar en el suelo con nuestra compañía.
Desde luego no están tampoco programados para ser criados por una madre que está sola casi todo el tiempo y mucho menos por una cuidadora que no es de su familia y que tiene 3 o 4 o más bebés a su cargo. Esta es una realidad biológica y etológica en la que todos los especialistas estarán conformes, pero que choca con las diferentes soluciones culturales que han dado los seres humanos a la crianza.
Las madres y los padres actuales se encuentran, muchas veces, abrumados por mil problemas en la crianza, cosas que asombrarían a personas de otras culturas o de otras épocas pero que a nosotros nos tienen muy preocupados: el bebé pide brazos, el bebé se despierta, el bebé pide teta cada media hora, el bebé no quiere quedarse en la guardería, son ejemplos de ello.
Y es que nos empeñamos en exigir de los bebés cosas que no están en su naturaleza como cachorros de mamífero y primate. Y eso, por muchos avances de la sociedad moderna, no se puede cambiar. Somos lo que somos.
Lo que no quieren nuestros cachorros humanos
Nuestros cachorros humanos no quieren dormir en sus cunas separados de nosotros. Claro, es que su naturaleza les indica que deben dormir, como el resto de los primates, abrazados a su mamá y tomando teta. Dormir en otro cuarto es un invento de la sociedad occidental actual. Nunca les ha pasado nada malo a los niños por dormir con sus padres, no salen raritos ni menos independientes. De hecho, los niños humanos siempre han dormido con sus padres. Es parte de la Historia de la Humanidad y una de nuestras características como especie.
Nuestros bebés no quieren quedarse en el cochecito quietecitos y arman jaleo para que los tomemos en brazos. Claro, el bebé humano no puede moverse por si mismo e instintivamente sabe que si se queda solito podría ser devorado, por lo que intentará que lo llevemos sea con carantantoñas, sea con lloros desesperados.
Y como no pueden andar ni pueden siquiera agarrarse a nuestro pelaje inexistente como monos desnudos, pues necesitarán que los llevemos en brazos y todo su instinto lo reclama. Es que son así, no es maldad, no es manipulación, no es ganas de fastidiar, no es mala educación. Es su naturaleza, su realidad. Los humanos somos así. Los bebés humanos son de una especie que lleva a sus hijos en brazos desde el amanecer de los tiempos. Todos los avances de la sociedad moderna no cambiarán lo que los bebés necesitan para sentirse seguros y felices de manera instintiva.
Nuestros bebés se aburren soberanamente en casa y reclaman atención continua para distraerse. Para poder hacer nuestras cosas terminamos metiéndolos en el parquecito hasta que ya no se quejan o los ponemos delante de la televisión. No podemos manejar la situación e, incluso si porteamos en casa y el niño nos acompaña en todas las tareas, termina siendo aburrido y un poco agotador. Y es que no estamos hechos para criar en soledad.
La especie humana en estado natural
Nuestra especie no se formó en nucleos de familias nucleares metidas en compartimentos estancos. Nuestra especie es una especie de tribus, en las que hombres y mujeres de todas las edades, en grupos de unos 30 parientes, recolectaban cerca de un asentamiento que iría variando cada cierto tiempo, siguiendo los frutos o la caza.
En esos grupos las mujeres tendrían hijos de manera espaciada, ayudadas por una lactancia a demanda prolongada y por las dificultades periódicas, y también, tristemente, por una alta mortalidad infantil.
Si al bebé hay que llevarlo en brazos todo el tiempo no tiene sentido tener varios hijos seguidos aunque se pueda contar con ayuda para su transporte y cuidado. Los niños humanos serían autónomos en sus movimientos hacia los cuatro años y precisamente es a partir de esas edades, y no antes, cuando son capaces de asumir la llegada de un hermano entendiendo mejos lo que va a significar y pudiendo demorar sus demandas. También es a partir de estas edades cuando se produciría el destete paulatinamente tardando incluso en ser definitivo hasta los siete años, que es cuando aparcen los signos de dentición avanzada y cuando madura completamente el sistema inmune.
Nuestros niños tienen celos, muchos de ellos sufren enormemente cuando llega un hermanito. Y ese sufrimiento no parece que debiera ser tan intenso si tener un hermanito fuera algo para lo que los preparara su evolución emocional. Posiblemente el que el niño humano necesite atención de un adulto casi continuada hasta los cuatro años aproximadamente tiene algo que ver con esas emociones tan intensas. Una madre humana ancestral no tendría otro bebé hasta que el mayor no llegara a una edad en la que pudiera prescindir de ella más rato al día y por eso a nuestros hijos les cuesta tanto adaptarse a la llegada de un hermanito cuando son muy pequeños. Es comprensible si entendemos su naturaleza y, entendiéndolo, seguro que podemos ayudarle mejor a enfrentar esos cambios si el segundo bebé llega rápidamente.
En los grupos humanos originarios la mortalidad sería alta y la esperanza de vida muy breve. Pero existían padres y madres, adolescentes, niños de variadas edades y unos pocos ancianos. Todos se ayudaban y se cuidaban, aunque posiblemente no eran muy amables con los desconocidos. Los niños se relacionaban con todos durante todo el tiempo, no aprendían en salas con muchos niños de su misma edad y un adulto de otro grupo familiar desconocido. Por eso las guarderías les cuestan tanto y hay conflictos, realmente el bebé humano no está hecho para estar con tantos bebés de su misma edad a la vez y con tan pocos adultos. No es su naturaleza.
La madre paría atendida por mujeres de su entorno en las que confiaba, no por desconocidos. Desde niñas, habían ayudado en la crianza de otros niños y habían aprendido mucho sobre la lactancia y el cuidado del bebé. En el puerperio la hormona del amor las inundaba, sin interferencias externas. Y posiblemente, si todo estaba bien, viviera con tranquilidad el proceso, unida a su cría, y luego sería acompañada por sus comadres. Cuando estaba recuperada y se unía al grupo no estaban nunca solas, había brazos amigos que las rodeaban y colaboraban con ellas. No pasaban el día entero en un piso metidas ni solas con su hijo. Por eso esa soledad del piso nos deprime y agota tanto a nuestros niños.
Necesitamos comadres, necesitamos una tribu, pero no sabemos construirla de nuevo, con personas que nos hagan sentir seguras y confiadas, respetadas en nuestra maternidad pero apoyadas. ¿Es realmente imposible encontrar ese grupo humano que nos complete?
Conclusión
A veces la cultura y la sociedad nos alejan de la felicidad que solamente podemos sentir si esa sociedad no reniega de nuestros orígenes e impulsos naturales. No es cuestión de volver a las cavernas o desaprovechar las ventajas de una vida más cómoda, sino conectar con nosotros mismos y no romper con las necesidades emocionales que nos caracterizan como seres complejos, humanos, primates, mamíferos, tribales, con crías apegadas absolutamente indefensas y grandes cerebros que desarrollar. La civilización no debería violentar nuestra naturaleza y muchos de nuestros conflictos y problemas nacen precisamente cuando lo que nos marca la sociedad choca con los instintos, las necesidades y las emociones básicas.
Por ese motivo seguiremos hablando del tema. Partiendo de que los cachorros humanos son mamíferos y primates con necesidades y características programadas naturalmente y de que nosotros también necesitamos ciertas cosas en nuestro entorno para disfrutar de la crianza, seguro que entre todos podemos darnos ideas para conseguir compatibilizar modernidad y Naturaleza en la medida de lo posible. Hay estudios históricos, antropológicos y etológicos que pueden darnos claves al respecto.
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