Escrito por Armando y publicado en Bebés y más:
A menudo hablamos en Bebés y más de cómo sería el parto perfecto, qué ambiente sería el idóneo, quién debería acompañar a la mujer, cuál sería la mejor posición y cuáles las intervenciones que deberían o no deberían hacerse. Con toda esta información sabemos qué puede esperar una mujer a la hora de parir o qué es lo que sería ideal si una mujer pudiera elegir cómo parir.
El acto de parir tiene mucho que ver con el acto de nacer (la mujer pare y el niño nace) y muchas de las elecciones que se llevan a cabo sobre la madre tienen relación con el bienestar del bebé, pese a que no siempre las expresemos de este modo.
Es por eso que hoy quiero centrarme en cómo debería ser un parto o el nacimiento del bebé si pudiera elegir, por si dicha información sirve de algo a la hora de elegir cómo parir y, sobretodo, para entender un poco cómo viven los bebés el momento del nacimiento.
Cuantos menos cambios, mejor
La vida está llena de elecciones y de caminos a escoger. Las razones para elegir una u otra opción son muy variopintas y muy personales y la capacidad de adaptarse a los cambios es diferente en cada persona.
A pesar de esta diferencia hay una cosa que todos tenemos en común: cuanto más parecido a lo que conocemos es el lugar al que llegamos más fácil es el cambio. O dicho de otro modo, cuanto más familiar nos resulte el entorno al que accedemos mejor nos adaptaremos.
Por eso es más fácil empezar en un trabajo nuevo si ya conocemos a algunos de los que allí trabajan y por eso es más fácil viajar a países donde entienden tu idioma que a otros en los que no sepan qué dices ni sepas qué dicen.
Esto es una obviedad, sin embargo cuando un bebé llega el mundo son pocas las personas que tienen en cuenta que, para que un niño nazca de una manera poco “violenta”, lo ideal es que al salir encuentre un entorno lo más parecido al que conoce, para que los cambios lleguen poco a poco.
Nacer debe ser una experiencia muy dura
El carácter de los niños viene determinado en gran medida por la genética y en gran medida por las vivencias que tiene una vez nace. La persona que somos se compone de cientos de piezas que se van sumando a medida que crecemos para conformar nuestra personalidad y nacer supone una de esas piezas.
Hasta ahora no se le ha dado demasiada importancia al momento del nacimiento, básicamente porque cuando somos adultos no lo recordamos y, sobretodo, porque hasta hace bien poco se pensaba que el cerebro de los bebés no estaba conectado con las terminaciones nerviosas del dolor y el sufrimiento (y se intervenía a los bebés sin anestesia…).
En la actualidad, sin embargo, se le está dando mucha importancia (pero mucha) a las vivencias de los bebés en los primeros años de vida, ya que se observa que aquello que un niño recibe durante los primeros años de su vida son las bases de su personalidad, de su carácter y de su capacidad de gestionar el estrés y la ansiedad en edades adultas.
Por esta razón se insiste tanto en la importancia de dar amor y cariño a raudales a los niños, comprensión, respeto y diálogo y enseñarles a ser libres y a respetar la libertad de los demás.
Pues bien (a lo que iba), una de esas vivencias que dejan huella en las personas, quizás de las más importantes, es el nacimiento. Un momento que puede llegar a ser muy duro para los niños, sobretodo si tenemos en cuenta que cuando un niño nace está consciente (cuando morimos, en cambio, solemos estar inconscientes).
Cuán grande puede llegar a ser esa huella, no lo sé, pero quién sabe cómo seríamos si nuestro nacimiento hubiera sido menos violento para nosotros y si nos hubiéramos adaptado al mundo de un modo más paulatino, quizás seríamos personas más seguras de nosotras mismas, quizás más sociables o quizás del mismo modo que ahora somos. En cualquier caso, sea como fuere, lo ideal pasa por ser más empáticos y ponernos en la piel de los bebés, entendiendo que para ellos es un proceso nuevo, un cambio (enorme) y que, como tal, debería vivirlo de manera que pudiera adaptarse poco a poco, sobretodo si está en nuestras manos hacerlo.
Si vengo de la oscuridad, que no me espere la luz
Los bebés viven durante nueve meses en la más absoluta oscuridad y sus ojos, por lo tanto, nunca han visto la luz. Por esta razón en la habitación o el paritorio, allí donde el bebé ha de nacer, no debería haber luces deslumbrantes, sino una iluminación tenue que, además, ayuda a la mamá a estar más tranquila, más relajada y más centrada en sí misma y en su parto.
Si estaba con mamá, que siga estando con ella
Hasta hace bien poco tiempo, los bebés eran separados de sus madres nada más nacer para ser medidos, pesados, lavados y evaluados. Hay cosas que no requieren demasiada premura y que se pueden hacer más tarde y hay otras que pueden llevarse a cabo mientras el bebé sigue con su madre. En condiciones normales, si el bebé está sano, lo primordial es que antes de cortar el cordón umbilical el bebé se quede con mamá. Antes estaba unido a mamá por el cordón y dentro de ella y ahora sigue estando unido a ella por el cordón y en contacto con mamá, que le acaricia y le da calor con su cuerpo. La diferencia es apreciable, pero no es el gran cambio que supondría una separación absoluta.
De este modo, además, ambos se conocen y se empiezan a acostumbrar el uno al otro. El bebé conocía a mamá por dentro y ahora la empieza a conocer por fuera. Huele igual y suena igual, porque encima de su barriga escucha su corazón, así que la relación que empezó hace nueve meses sigue adelante, haciendo un paso más, sin haberse todavía separado.
Si dentro no respiraba, no hay prisa por hacerlo fuera
Uno de los mitos más grandes acerca del parto es el que hace pensar que un bebé, en cuanto sale, tiene que empezar a respirar o de lo contrario se ahogará. Los bebés no respiran estando dentro de la barriga, porque viven flotando en líquido amniótico y porque el alimento y el oxígeno necesario le llega a través del cordón umbilical que le une a la madre.
Cuando un bebé nace el cordón sigue latiendo varios minutos (con varios me refiero a un cuarto de hora, veinte minutos o a veces incluso más). Mientras el cordón late, sigue proporcionando al bebé sangre y, por lo tanto, oxígeno. Esto quiere decir que el bebé puede permanecer fuera sin respirar unos minutos sin que ello suponga ninguna emergencia. Pasados esos minutos, a medida que el cordón suministra cada vez menos oxígeno el bebé empezieza a respirar por sí mismo. Así de fácil, sin cortes de cordón prematuros que les obligue a respirar sí o sí, con llantos provocados por la violencia del proceso.
Agua, ¿por qué no?
Una de las opciones a la hora de parir que muchas mujeres eligen es el agua, la bañera. El agua ayuda a calmar el dolor, en el agua las contracciones se soportan mejor y si un niño nace en el agua, pasa de estar en el líquido amniótico a estar también en líquido, que debería ser, para hacerlo más parecido al lugar de origen, agua del mar.
El líquido amniótico es salado y el agua del mar tiene la misma cantidad de sal (muestra de que la vida se originó en el mar, como explica la teoría de la evolución). Si un bebé pasa de un líquido al otro y ambos son muy similares, el proceso será mucho más fácil para él.
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